EDITORIAL DEL 23 DE
JULIO DE 1964
DOS MESES DESPUES DE LA
TRAGEDIA DEL ESTADIO NACIONAL (2)
Sin embargo quienes estaban llamados a defender esta posición, han
sucumbido para justificar toda esa injuria por falta de carácter, amor propio y
sobre todo de dignidad. A través de más de doce años, desde que se inauguró el
hermoso Estadio Nacional de Lima como exponente del avance deportivo y cultural
de nuestra capital, han sido innumerables los eventos de carácter internacional
y hasta continental que se han llevado a cabo en sus instalaciones, sin
incidente alguno.
No hace mucho, el más reciente, ha sido el Campeonato Mundial Femenino
de Básquetbol: una demostración palmaria no solo de excelente organización por
parte de la Federación Peruana de Básquetbol, sino una maravillosa ocasión en
la que personalidades de todo el mundo, elogiaron el comportamiento del público
que contribuyó con su cultura y hospitalidad a engrandecer un certamen de tan
singular importancia.
Desgraciadamente a pocos días de dicho campeonato, se produjo esta
catástrofe en el mismo escenario por un incidente que tomó las proporciones ya
conocidas, no por culpa de nuestro público deportivo, sino por circunstancias
bastante ajenas a ello. Lamentablemente, los resultados dejaron un tremendo
dolor a quienes de cerca sufrieron las consecuencias del pánico, como pudo
haber sucedido en cualquier otro escenario del mundo entero.
La exageración en las medidas de seguridad que se están tomando no se
pueden achacar a un público que jamás invadió el campo de juego ni atentó contra
la integridad física de ningún deportista nacional o extranjero. La prueba de
ello es que aquel desventurado día solo ingresaron al campo dos individuos con
pésimos antecedentes y que rápidamente fueron controlados. ¿Se expuso, acaso,
la vida del árbitro? ¿De los jugadores? Todo lo contrario, las mayores garantías
fueron precisamente para ellos.
¿Por qué, entonces, aplicar estas desmesuradas medidas de seguridad que
convierten a nuestro estadio en un campo de concentración alemán? Si algo
necesitaba nuestro primer escenario deportivo era precisamente ampliarlo y no
reducirlo. Nada justifican estas medidas absurdas, las críticas que desde el
extranjero se han vertido en contra del público peruano. Parece ser nuestro
medio el terreno fértil para proceder con estas insólitas actitudes que
pretenden disfrazar o esconder la realidad de los acontecimientos ya hasta
lavarse la manos, cual Pilatos de nuestra historia deportiva.
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