jueves, 15 de marzo de 2018

EDITORIAL DEL 23 DE JULIO DE 1964
DOS MESES DESPUES DE LA TRAGEDIA DEL ESTADIO NACIONAL (1)

Una insólita actitud se ha tomado en exagerado extremo acerca de la seguridad del Estadio Nacional que, más que construir –como es lo normal- está destruyendo, no solo las instalaciones de nuestro primer coliseo deportivo, sino su propio prestigio. Y ya lo dije una vez, cuando se produjeron los sensibles acontecimientos del 24 de mayo.

Hasta esa fecha, el público peruano había gozado de una gratísima opinión de dirigentes, deportistas y personalidades del deporte internacional, al reconocer su imparcialidad y la cordura de la que hacía gala en los espectáculos que se realizaban en nuestra capital. Sin embargo, todo ello se ha echado a perder gracias a que aquellos llamados a defender los principios del la cultura y el orden, vienen tratando de esconder costa de estas medidas, errores que fueron, indiscutiblemente, los que causaron la catástrofe del Estadio Nacional.

Es penoso tener que comprobar una vez más, la incapacidad y la ausencia total del sentido de la responsabilidad y más aún, la falta de valor, de quienes al frente de los organismos responsables intentan esconder una gran verdad, escudándose en torpes excusas y razonamientos sin criterio ausentes por completo de la realidad.

Un hermoso estadio como el Nacional, está siendo destruido por exceso de seguridades, en un claro atentado contra nuestro público que no merece que principal coso deportivo sea transformado en un vulgar campo de concentración. Y es que estas inaceptables medidas por lo ridículas, no hacen sino justificar plenamente, la información deformada de los hechos que realmente difundió la prensa extranjera que, sensacionalista y amarillenta, ha pretendido tratar al público peruano de inculto y salvaje.

Nada más lejano de la realidad y de la verdad. Un público como el nuestro no merece este concepto por cuanto siempre dio muestras de educación, serenidad y hasta de tolerancia en los espectáculos del deporte.

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