EDITORIAL DEL 23 DE JULIO DE 1964
DOS MESES DESPUES DE LA TRAGEDIA DEL ESTADIO NACIONAL (1)
Una insólita actitud se ha tomado en exagerado extremo acerca de la
seguridad del Estadio Nacional que, más que construir –como es lo normal- está
destruyendo, no solo las instalaciones de nuestro primer coliseo deportivo,
sino su propio prestigio. Y ya lo dije una vez, cuando se produjeron los
sensibles acontecimientos del 24 de mayo.
Hasta esa fecha, el público peruano había gozado de una gratísima
opinión de dirigentes, deportistas y personalidades del deporte internacional,
al reconocer su imparcialidad y la cordura de la que hacía gala en los
espectáculos que se realizaban en nuestra capital. Sin embargo, todo ello se ha
echado a perder gracias a que aquellos llamados a defender los principios del
la cultura y el orden, vienen tratando de esconder costa de estas medidas, errores
que fueron, indiscutiblemente, los que causaron la catástrofe del Estadio
Nacional.
Es penoso tener que comprobar una vez más, la incapacidad y la ausencia
total del sentido de la responsabilidad y más aún, la falta de valor, de
quienes al frente de los organismos responsables intentan esconder una gran
verdad, escudándose en torpes excusas y razonamientos sin criterio ausentes por
completo de la realidad.
Un hermoso estadio como el Nacional, está siendo destruido por exceso
de seguridades, en un claro atentado contra nuestro público que no merece que
principal coso deportivo sea transformado en un vulgar campo de concentración.
Y es que estas inaceptables medidas por lo ridículas, no hacen sino justificar
plenamente, la información deformada de los hechos que realmente difundió la
prensa extranjera que, sensacionalista y amarillenta, ha pretendido tratar al
público peruano de inculto y salvaje.
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