LA GLOSA DEPORTIVA, original de Raúl Goyburu Ezeta.
Homenaje y recuerdo de Cuchita Galindo Doig.
Año de la mujer peruana (1975), año en el que para hablar de ella, es necesario traer a la memoria actos y hechos, especialmente aquellos que dejan grabados más profundamente los instantes gratos y hermosos, así como los más tristes y heroicos.
El tema, esta vez es el de la mujer deportista, la que de un modo u otro cumple la tarea importante, sea por su afición o su pasión… y qué mejor ejemplo que Cuchita Galindo Doig, la amazona que ofrendó su vida por ese amor y esa pasión que era el jinetear sobre el brioso corcél: saltando, trasponiendo obstáculos con maestría estética, belleza femenina, ofreciéndonos un cuadro artístico incomparable.
Cuchita, fue hija de un gran deportista que en sus años mozos defendió esa divisa que para el fútbol del Perú representa el valor, la guapeza y la garra: la “U”. Estamos hablando del doctor Plácido Galindo Pardo de quien Cuchita heredara esa valentía deportiva y decisión inquebrantable por el éxito y la afición sin límites por la práctica de los deportes. Como mujer, femenina, dulce y al mismo tiempo decidida, escogió un deporte difícil y arriesgado: el ecuestre. Fue así que se convirtió en la amazona peruana que diera no solo triunfos personales, sino algo más noble como vestir con orgullo y dignidad los colores deportivos de su patria: el Perú.
La amazona de los ojos verdes, la niña mimada y graciosa; la mujer decidida y arriesgada en los saltos y carreras. Desde muy temprana edad fue escogiendo su destino, definiendo su personalidad y estrechando su pasión por los caballos. Apenas una niña, Cuchita, ya se afianzaba en la montura de su favorito para galopar y remontar alturas sobre cada peligroso obstáculo, aparentemente que aparecía como demasiado alto para ella. Sin embargo, con destreza y valor ella sabía superar una tras otra las más elevadas vallas con su impecable dominio sobre la cabalgadura.
Los muchos éxitos conquistados por esta niña amazona de ojos verdes, hicieron vibrar a los espectadores y a la vez ser aceptada y respetada con admiración por sus propios adversarios deportivos. Así transcurría su vida: desde antes de aparecer el Sol hasta el ocaso, su frágil figura cabalgaba incansable con la mirada puesta en el salto: cada vez más difícil, cada vez más peligroso. Nada ni nadie podía convencerla de lo contrario: atrevida y riesgosa proeza en pos de conquistar alturas infinitas, saltos siderales…
Esa pasión y ese amor por su deporte favorito, le hacían entregarse sin recortes al deporte para el que había nacido y para el que entregaría su propia vida.
Era una mañana, como cualquier otra, de esas en las que antes de salir el Sol, ya se veían sorprendidas por la presencia de Cuchita, quien ya estaba en las pistas, montada sobre su corcél para recomenzar en el nuevo intento hacia la conquista de sus más caras aspiraciones. Nada hacía prever un fatal desenlace. Ella se había hecho la promesa de un nuevo primado en su riquísimo historial de éxitos. La amazona de los ojos verdes, sobre su hermoso equino fue tras el obstáculo insalvable, ése que solo su valor y decisión le podían ayudar a vencer… y así vino lo inevitable: el salto fatal, el último de su brillante carrera esculpido en el mármol de los triunfadores. Saltó y venció… caro tributo a su indomable valentía. El caballo no respondió a la caída y con todo su volumen fue a dar sobre el frágil y femenino cuerpo de la amazona de los ojos verdes.
Lágrimas de dolor y desesperación cubrieron con su suave garúa, la consumación de la tragedia. El Destino había fijado la fecha fatal para que la tierna niña-mujer pagara caro tributo a su osadía juvenil sin límites…
… Han transcurrido algunos años, pero parece como si hubiera sido ayer; cuando la veíamos sobre las pistas, erguida, delicada, meciéndose frágilmente sobre el rudo animal con gracia y dominio. Parece que hubiera sido ayer cuando la profunda tristeza nos embargara con la dramática noticia de su fatal accidente.
Hoy, una linda placita del distrito de San Isidro lleva su nombre. En lugar principal un busto recuerda a la amazona de los ojos verdes, frente al hogar sus propios padres, quienes como antaño, cual si no hubiese transcurrido el tiempo, se asoman al balcón cada mañana, antes de que se levante el Sol para contemplar a su inolvidable Cuchita, la amazona heroica, símbolo de la niña hecha mujer. ¡Qué mejor reconocimiento para una deportista como ella, cual reconocimiento póstumo, que haber declarado este año de 1975 como el año de la mujer peruana.
Estas simples y emocionadas palabras,son mi homenaje de recuerdo y cariño permanente a Cuchita Galindo Doig, la amazona de los ojos verdes.
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