ALEJANDRO VILLANUEVA, EL MAESTRO
Glosa deportiva por Raúl Goyburu Ezeta
(Década de los 60)
El fútbol, deporte popular introducido profundamente en el corazón del pueblo, tiene como todas las cosas en la vida, sus instantes de alegría así como de tristeza. Aquí, en nuestro medio, recordamos el día de hoy un episodio triste, tan triste que para quienes vivimos de cerca su drama, no hemos podido evitar tal vez un sollozo y hasta una lágrima.
El fútbol, como ningún otro deporte se vive intensamente y se siente muy dentro la emoción de su belleza: se goza y se sufre porque en estas dos manifestaciones opuestas del sentimiento, está toda la fuerza del espíritu. El fútbol se vive en la felicidad y también en el drama de nuestros ídolos.
… Había conocido a un joven jugador de fútbol cuando iniciaba su carrera deportiva: su nombre, Alejandro Villanueva más conocido como “Manguera” y con el tiempo… “El Maestro”. Era alto, espigado, de tez morena, color del ébano, con una figura más de torero que de futbolista. De ojos grandes, melancólicos y apacible serenidad, así como de enigmática expresión a la hora de definir mejor sus rasgos fisonómicos.
Lo vi. jugar por primera vez, vistiendo los colores blanco y azul del Alianza Lima. Inmediatamente me di cuenta que Alejandro Villanueva era el tipo de jugador nacido para el fútbol, era un de esos atletas que iría muy lejos, aunque a la postre no fue tanto como pudo haberlo hecho, porque si Manguera no hubiera sido tan criollo y tan bohemio… otro hubiera sido su destino. Pero cada hombre, dicen que nace con su destino grabado, porque para El Maestro, como le había bautizado la prensa y su hinchada, la gloria y el dinero, lógica consecuencia de ella, no eran para él lo más importante. Para este hombre solo tenían importancia la amistad y… el compadrazgo, como solía distinguir a sus íntimos.
Alejandro alcanzó la cúspide de la popularidad deportiva en su fútbol. En ese fútbol que él había creado, estilizado con expresión e inspiración de ballet. Había llegado a dominar el balón a tal extremo que éste parecía imantado a sus botines de juego, como obedeciendo su voz para la realización cerebral del momento, sin errores, sin fallas.
El Maestro vivió así los instantes más gratos del éxito, la popularidad y la admiración; una admiración de la que gozó con el respeto y cariño multitudinario no solo de su hinchada y amigos, sino de toda la afición del Perú. Su nombre regó los surcos de Costa, Montaña y Sierra. Un caso raro, de excepción porque matizó su vida deportiva con la bohemia del criollo de pura cepa, entreverando el fútbol con el rasgar de las guitarras.
Manguera no entrenaba, porque en verdad su constitución física endeble no le permitía esos lujos. Jugó al fútbol a su manera porque había nacido para ello, sin correr, sin esforzarse, no lo necesitaba porque como él mismo decía: “la que debe correr es la pelota, para eso es redonda…” Y mientras corría la pelota, corrieron también los días del éxito y la popularidad así como las noches de jaranas interminables.
Sin embargo, Alejandro Villanueva, no solo maravilló a su público sino que extendió su maestría por el resto de América, Asia y Europa. Así hizo transcurrir su vida, entre el fútbol estilizado, afiligranado y brillante con la bohemia de la chicha y la marinera. Estaba marcado que nunca iba a pensar en su futuro así como tuvo la menor idea del indetenible paso del tiempo. Por ello, cuando se sintió enfermo, física y moralmente derrotado, no pudo calcular cuantos años habían transcurrido desde su tierna niñez hasta el ocaso de su propia vida.
Este fue un hombre que no quiso creer en el final. En el final de las cosas, en el término de las cosas. Insistió y creyó que retornaría a las canchas y a sus días de triunfo. Y cuando intentó hacerlo en el mismo escenario de sus tardes de gloria, su propio público, sus propios admiradores y su propia hinchada le revelaron la odiosa realidad. Dolorosa respuesta para un ídolo caído, recibir de aquellos que un día lo aclamaron con delirio, que lo elevaron al trono de su reinado futbolístico, el ingrato rechazo a su maltratada figura de gladiador derrotado.
Injusto pago para quien hasta hacía muy poco tiempo, había hecho enloquecer a las graderías de emoción para extasiarse en la belleza de su arte futbolístico. Una puñalada amarga de ingratitud que El Maestro sintió en el centro de su corazón.
Alejandro Villanueva dejó las canchas cabizbajo, con una figura que parecía alargarse más que antes con la mueca inconfundible del drama sellada en su rostro: el dolor final de una vida intensa, inconcientemente saboreada y desperdiciada. Una cama del Hospital Dos de Mayo fue su último refugio, en cuyo partido final enfrentó aun rival que nunca perdona: la muerte.
A pesar de todo, se fue serenamente, con la misma sobriedad y clase que había exhibido en sus mejores momentos de gloria deportiva. Cantó su última jarana y rasgó los acordes finales de su guitarra e hizo el macabro pase de la muerte. En su agonía sintió el bullicio de las tribunas y el aplauso de su público, de esa hinchada a la que no le guardó rencor, porque antes de sonar el pitazo de su último partido, en sus labios balbuceantes pidió: “vístanme con el uniforme y los colores de mi Alianza Lima, porque siempre la llevé en mi corazón y me la llevaré para toda la eternidad.”
Así fue Alejandro Villanueva, El Maestro, Manguera, el más brillante jugador que haya nacido en el Perú: futbolista y bohemio que amó y se llevó de la vida, finalmente, lo que más quiso de ella: el azul y blanco del club de sus amores. Así es el fútbol con sus alegrías y sus tristezas; donde se goza y se sufre, tal vez por ello esté tan profundamente incrustado en el corazón del pueblo.
¡Gloria eterna al Maestro! ¡Inolvidable y siempre presente en el fútbol del Perú!
Glosa deportiva por Raúl Goyburu Ezeta
(Década de los 60)
El fútbol, deporte popular introducido profundamente en el corazón del pueblo, tiene como todas las cosas en la vida, sus instantes de alegría así como de tristeza. Aquí, en nuestro medio, recordamos el día de hoy un episodio triste, tan triste que para quienes vivimos de cerca su drama, no hemos podido evitar tal vez un sollozo y hasta una lágrima.
El fútbol, como ningún otro deporte se vive intensamente y se siente muy dentro la emoción de su belleza: se goza y se sufre porque en estas dos manifestaciones opuestas del sentimiento, está toda la fuerza del espíritu. El fútbol se vive en la felicidad y también en el drama de nuestros ídolos.
… Había conocido a un joven jugador de fútbol cuando iniciaba su carrera deportiva: su nombre, Alejandro Villanueva más conocido como “Manguera” y con el tiempo… “El Maestro”. Era alto, espigado, de tez morena, color del ébano, con una figura más de torero que de futbolista. De ojos grandes, melancólicos y apacible serenidad, así como de enigmática expresión a la hora de definir mejor sus rasgos fisonómicos.
Lo vi. jugar por primera vez, vistiendo los colores blanco y azul del Alianza Lima. Inmediatamente me di cuenta que Alejandro Villanueva era el tipo de jugador nacido para el fútbol, era un de esos atletas que iría muy lejos, aunque a la postre no fue tanto como pudo haberlo hecho, porque si Manguera no hubiera sido tan criollo y tan bohemio… otro hubiera sido su destino. Pero cada hombre, dicen que nace con su destino grabado, porque para El Maestro, como le había bautizado la prensa y su hinchada, la gloria y el dinero, lógica consecuencia de ella, no eran para él lo más importante. Para este hombre solo tenían importancia la amistad y… el compadrazgo, como solía distinguir a sus íntimos.
Alejandro alcanzó la cúspide de la popularidad deportiva en su fútbol. En ese fútbol que él había creado, estilizado con expresión e inspiración de ballet. Había llegado a dominar el balón a tal extremo que éste parecía imantado a sus botines de juego, como obedeciendo su voz para la realización cerebral del momento, sin errores, sin fallas.
El Maestro vivió así los instantes más gratos del éxito, la popularidad y la admiración; una admiración de la que gozó con el respeto y cariño multitudinario no solo de su hinchada y amigos, sino de toda la afición del Perú. Su nombre regó los surcos de Costa, Montaña y Sierra. Un caso raro, de excepción porque matizó su vida deportiva con la bohemia del criollo de pura cepa, entreverando el fútbol con el rasgar de las guitarras.
Manguera no entrenaba, porque en verdad su constitución física endeble no le permitía esos lujos. Jugó al fútbol a su manera porque había nacido para ello, sin correr, sin esforzarse, no lo necesitaba porque como él mismo decía: “la que debe correr es la pelota, para eso es redonda…” Y mientras corría la pelota, corrieron también los días del éxito y la popularidad así como las noches de jaranas interminables.
Sin embargo, Alejandro Villanueva, no solo maravilló a su público sino que extendió su maestría por el resto de América, Asia y Europa. Así hizo transcurrir su vida, entre el fútbol estilizado, afiligranado y brillante con la bohemia de la chicha y la marinera. Estaba marcado que nunca iba a pensar en su futuro así como tuvo la menor idea del indetenible paso del tiempo. Por ello, cuando se sintió enfermo, física y moralmente derrotado, no pudo calcular cuantos años habían transcurrido desde su tierna niñez hasta el ocaso de su propia vida.
Este fue un hombre que no quiso creer en el final. En el final de las cosas, en el término de las cosas. Insistió y creyó que retornaría a las canchas y a sus días de triunfo. Y cuando intentó hacerlo en el mismo escenario de sus tardes de gloria, su propio público, sus propios admiradores y su propia hinchada le revelaron la odiosa realidad. Dolorosa respuesta para un ídolo caído, recibir de aquellos que un día lo aclamaron con delirio, que lo elevaron al trono de su reinado futbolístico, el ingrato rechazo a su maltratada figura de gladiador derrotado.
Injusto pago para quien hasta hacía muy poco tiempo, había hecho enloquecer a las graderías de emoción para extasiarse en la belleza de su arte futbolístico. Una puñalada amarga de ingratitud que El Maestro sintió en el centro de su corazón.
Alejandro Villanueva dejó las canchas cabizbajo, con una figura que parecía alargarse más que antes con la mueca inconfundible del drama sellada en su rostro: el dolor final de una vida intensa, inconcientemente saboreada y desperdiciada. Una cama del Hospital Dos de Mayo fue su último refugio, en cuyo partido final enfrentó aun rival que nunca perdona: la muerte.
A pesar de todo, se fue serenamente, con la misma sobriedad y clase que había exhibido en sus mejores momentos de gloria deportiva. Cantó su última jarana y rasgó los acordes finales de su guitarra e hizo el macabro pase de la muerte. En su agonía sintió el bullicio de las tribunas y el aplauso de su público, de esa hinchada a la que no le guardó rencor, porque antes de sonar el pitazo de su último partido, en sus labios balbuceantes pidió: “vístanme con el uniforme y los colores de mi Alianza Lima, porque siempre la llevé en mi corazón y me la llevaré para toda la eternidad.”
Así fue Alejandro Villanueva, El Maestro, Manguera, el más brillante jugador que haya nacido en el Perú: futbolista y bohemio que amó y se llevó de la vida, finalmente, lo que más quiso de ella: el azul y blanco del club de sus amores. Así es el fútbol con sus alegrías y sus tristezas; donde se goza y se sufre, tal vez por ello esté tan profundamente incrustado en el corazón del pueblo.
¡Gloria eterna al Maestro! ¡Inolvidable y siempre presente en el fútbol del Perú!
GRACIAS ALEJANDRO VILLANVEVA
ResponderEliminarGRACIAS MANGVERA
GRACIAS MAESTRO
"GRACIAS ETERNAMENTE"
ALEJANDRO VILLANVEVA EL MAS GRANDE EN LA HISTORIA DE ALIANZA LIMA